sábado, 14 de febrero de 2015

NO.





No.

No huiré de mi dolor.
Quiero sembrarlo en los surcos abiertos de mi piel,
hasta que mis lágrimas, en ríos presurosos,
puedan despertar las escondidas semillas de mi alma.

Y sólo cuando los tiernos brotes sean fuertes a los vientos,
podrá, la fuerza fecundante de su esencia,
terminada su labor, dura pero santa,
resumirse en el descanso oscuro del olvido.

No otra cosa hace la pequeña semilla germinada
cuando en dolor y en esfuerzo
abre en dos la piel dura de la tierra
para abrazar libre el espacio del aire y del sol.

Como la dulce ostra, que no rechaza su dolor,
y cubre al intruso con lo mejor de su ser
hasta hacerlo perla de su dolor
y dar su belleza al amante afortunado.

Como la tierna luna, delicada y serena,
que esconde su belleza humilde
en los cegadores rayos de su padre celeste,
mas feliz alumbra las dolorosas horas.

Así seré, en mi dolor, mi maestro.
Humilde aceptaré su amoroso abrazo
en la feliz confianza serena
de su ánimo purificador y glorioso.



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