lunes, 12 de agosto de 2013

DIÓGENES





















 Hace unos días nos reunimos en casa unos amigos, y, ya en la mesa, rodeados como estábamos, de jamón serrano, queso de oveja manchega, espléndidos boquerones en vinagre con su necesaria cebolleta fresca, buen vino de León, y demás exquisiteces de nuestra bendita tierra, comenté que, considerándonos filósofos, pensaba en qué diría mi querido y admirado Diógenes de semejante reunión.

 Alguien dijo: -bueno, sí, Diógenes solo comería lo que le diesen, y dormiría en un viejo barril, desnudo de todo lo superfluo, pero también es cierto que se confesaba pajillero-
-El impulso sexual es algo humano, como el comer o el dormir- dije yo. Algo tendría que hacer para liberarlo...

Yo no lo sabía la anécdota, pero les comenté lo que una vez escuché de un ermitaño, cuando le preguntaron como podía soportar la soledad del sexo. Y vino a decir que se complacía a sí mismo, pero que no lo consideraba pecado alguno, ya que no lo hacía deseando a ninguna mujer, y que por tanto no dañaba a nadie. Me sorprendió su respuesta, porque repasando en ese momento los mandamientos entregados a Moisés, no encontré que trasgrediera ninguno. Por lo que su actitud me pareció una actitud razonable, y añadí que yo pensaba igual.

 Os cuento esta anécdota porque me ha sucedido a veces que, tras enviar alguno de mis escritos, en los que hablaba, pongamos por caso, de Mozart, de los romanos, o de alguna persona en particular, viva o muerta, famosa o no, alguien me ha contestado que estoy muy equivocado. Que Mozart era en su vida corriente un imbécil infantiloide, que los romanos eran unos borricos con dos patas, o que tal persona no era como yo la describía, que yo estaba muy equivocado y que en realidad era un sinvergüenza.

 Y siempre he contestado lo mismo a estas objeciones:

 Que me importa un pepino si lo que pienso y siento de ellos se acomoda a la realidad o no. Que lo que me vale son los valores que extraigo de ellos, lo que me aportan tal como los pienso (o los sueño).

 ¡Qué me puede importar a mí que Mozart fuera, como dicen muchos, un inmaduro para la vida o un juerguista ridículo! Eso no cuenta, en el dudoso caso que fuera verdad, lo que no creo. Lo que cuenta son las páginas que escribió, que hacen brotar de mi corazón, y de muchos otros, lágrimas de dicha. Que me lleva a paraísos nunca soñados, que consiguen que ame a los hombres y descubra a Dios. Eso es lo que me importa, y los que ponen el énfasis en su aspecto vulgarmente humano, seguramente no tienen la sensibilidad suficiente para valorar su inmensa aportación a la Humanidad.

 ¡Qué me importa a mí que Diógenes se aliviara en soledad! Bendita sea su alma, y que lo disfrutara. A mí lo que me importa es su terrible ejemplo de sencillez, de austeridad, de grandeza, de valor y de humanidad en suma. Eso es lo que me importa.

 O que me digan que los romanos eran unos degenerados y unas acémilas. A mí lo que me importa es que tenían los ... más grandes que el caballo de Espartero, y que para tender un puente o hacer un acueducto no se andaban con las pamplinas de hoy día. Lo hacían y punto. Y hoy están donde mismo los pusieron, y seguramente estarán en el mismo sitio dos o tres milenios más. Nuestros nietos verán caerse los nuevos puentes y los puentes romanos seguirán en el mismo sitio, como si nada.

Y lo que cuenta, de verdad, es que el derecho que hoy día dirige nuestra cultura es el de ellos, y que nadie ha inventado todavía nada nuevo ni mejor. Y que extendieron la cultura griega por toda Europa, que es la misma y la única que tenemos hoy día y de la que tenemos que mamar lo queramos o no. Aunque muchos presuntuosos se pasen la vida haciendo inventos y pretendiendo demostrarnos que han inventado la pólvora. Pues no, queridos, la pólvora ya la inventaron los chinos hace no sé cuantos siglos, y si queréis hacer inventos, hacedlos con gaseosa. Y no nos toquéis más las narices.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Comparto tu parecer (lástima que no he podido también participar en ese ágape :)
Afirmaba Antonio Blay, poniendo el ejemplo de Wagner, que cuando uno disfrutaba su obra y se decía "qué tío este Wagner", realmente lo que estaba experimentado nacía de sí mismo. Lo que hacía la creación de Wagner era activarnos, traer a la consciencia, manifestar, esa belleza.

Es humano demasiado humano y creo que sucede casi desde que el sol nos ilumina. Me refiero a preferir quedarnos con lo mundano, con reducir al genio a sus pequeñas limitaciones humanas.

Seguramente Mozart, de vivir en este tiempo, ocuparía bastante portadas de revistas frívolas y se criticaría su irresponsabilidad, su "supuesto" genio,etc... Es triste, pero a veces la sociedad tiende a uniformarnos, en un sentido limitante, clónico. Por eso intentar ser original tiene poco que ver con mostrar una apariencia excéntrica y mucho más ser honesto hasta el fondo ante uno mismo.
Un abrazo
Juan

ABRAXAS CADIZ dijo...

Comparto tu punto de vista, Juan. Vivimos, y cada vez más, en un ambiente de mediocridad en el que cualquiera se pone a la altura incluso de un genio, sin el menor pudor, y es capaz de juzgar su vida y sus obras.
La ignorancia es muy osada.
Un abrazo.