miércoles, 13 de marzo de 2013

FEMINEIDAD

























 Llevaba mucho tiempo intentando explicarme por qué razón me enamoraba instantáneamente de algunas mujeres, apenas sin conocerlas. Y nunca me quise dar una respuesta fácil. No me servían. Me resultaba un misterio inexplicable y a la vez inquietante.

La respuesta es que solo soy un hombre.

...


 El enigma se fue desvaneciendo poco a poco. La primera pieza del rompecabezas la puso Helena, con hache. Escuché atentamente, en la biblioteca, su charla sobre la danza oriental. Siempre graciosa y culta hizo un interesante recorrido por la expresión corporal de la danza en las culturas que lo fueron y que nos precedieron, para terminar ofreciéndonos las mejores enseñanzas que recibió en las clases que toma de esa danza del oriente.

 A pesar de que fue toda su charla enriquecedora, solo me impactaron unas palabras que, al parecer Zulema, su maestra, les dijo a sus nuevas alumnas el día que comenzaron sus clases:

“Lo primero que necesitáis para comenzar a aprender el misterio de la danza es ser consciente de que tenéis unas caderas”

       Estas sencillas palabras me sorprendieron, y quedaron grabadas en mi mente, ya que, a pesar de su aparente obviedad, encerraban la primera piedra de mi rompecabezas.
     
       Desde entonces reconocí su decisiva importancia en la resolución de mi particular enigma.
     
       ...      
     
       Pero el asunto se resolvió poco a poco de forma definitiva. Encajaron todas las piezas.
     
       Estuve en cierta ocasión con Mari Luz en el más delicioso concierto que recuerdo de los últimos años. Fue un concierto de preludios y romanzas de zarzuela. En realidad este género no ha sido nunca de mi predilección, si bien siempre tuve cariño y respeto por esta expresión artística sencilla, emotiva y encantadora, fielmente amada por mi madre y por mi mujer. Es lástima que no nos sea ofrecida frecuentemente en los teatros españoles, porque llenaría de vida, de alegría y de bondad los corazones de la gente, ya demasiado castigados por la cultura que nos ha tocado vivir.
     
       En realidad, mi gran interés en acudir a ese concierto radicaba, primero por ver a Mari Luz disfrutar, y compartir con ella esa dicha. Por otra parte, escuchar a la orquesta Manuel de Falla, muy amada por mí. Pero, egoísta y secretamente, lo que quería era volver a ver cantar a Ruth...
     
...

 La primera vez que vi cantar a Ruth fue en la Catedral hace muchos años. Cantaba la voz solista de soprano en la monumental obra del Maestro Haydn, su Stabat Mater.

 Qui non posset contristari, piam Matrem contemplari dolentem, dolentem cum Filio?...

 Mientras ella cantaba, yo, diminutamente perdido, sentado en los nobles e imponentes sillones del Coro, sentía henchirse mi pecho, volar mi alma, abrirse las fuentes de mi corazón pequeño. Las inmensas bóvedas me parecieron más infinitas que el mismo cielo y la luz más hermosa que los ojos de ninguna doncella.

 No la conocía de nada, pero desde ese mismo momento amé a esa desconocida mujer.

.....................


 Una noche, Zulema bailó para nosotros, mientras algunos recitamos poesías del hermoso mundo andalusí.

 Y ocurrió igual que siempre... Cuando terminó su baile Zulema, salimos ambos del escenario, y yo, mudo y trastornado, sólo acerté a besarla y a susurrarle al oído un quedo y tímido “gracias”. Os trascribo lo que esa misma noche escribí sobre lo que sentí mientras contemplaba absorto y perturbado sus expresivos movimientos, la expresión de su rostro y los vuelos de su ser en el espacio. Y la poesía que me tocó declamar a mí, que es esta:

La cita nocturna

Recatándose medrosa
de la gente que la espía,
con andar tácito y ágil
llegó mi prenda querida.

Su hermosura por adorno
en vez de joyas lucía.
Al ofrecerle yo un vaso
y darle la bienvenida,
el vino en su fresca boca
se puso rojo de envidia.

Con el beber y el reír
cayó en mi poder rendida.
por almohada amorosa
le presenté mi mejilla,
y ella me dijo: “en tus brazos
dormir anhelo tranquila”

Durante su dulce sueño
a robar mil besos iba;
mas ¿quién sacia el apetito
robando su propia finca?

Mientras esta bella luna
sobre mi pecho yacía,
se oscureció la otra luna,
que los cielos ilumina.

Pasmada dijo la noche:
“¿Quién su resplandor me quita?”
¡Ignoraba que en mis brazos
la luna estaba dormida!

Ibn Al Abbar


Lo siguiente es lo que escribí aquella misma noche:        

Aquella noche, Zulema bailó para mí.

No puedo ahora recordar casi, por la embriaguez amorosa en que quedé sumido,  los dulces ensueños que movieron mi ser entero al ritmo de su cuerpo vibrante.

Sé que subí a mundos luminosos, que mi cuerpo, mi corazón y mi vida, desde el más pequeño de sus poros, se inundaron de los efluvios de Zulema.

Su ser entero, sus ojos negros, su dulce risa, las ondas lentas, sinuosas y vibrantes de su glorioso vestido terrenal, envueltos en las flores cálidas y voluptuosas de la música, me transportaron a no sé aún que radiantes esferas, de las que pretendí nunca retornar.

Sé que cuando bajó de su  gloria, solo pude besarla y balbucear en su oído
“Gracias, Zulema,... Alá es Grande”

Aquella noche, Zulema bailó para mí. Y mi corazón bailó para ella.                                  

                           . . . . . . . . .
     
       Mari Luz llevó siempre en su sangre y en su corazón el amor por el baile flamenco. Y no sólo lo llevó dentro. Lo sacó fuera y lo expresó para delicia de todos y mía en particular.
     
       Yo la acompañaba siempre a los bailes. En los teatros, en las ferias, en los más diversos lugares donde iba con el grupo en el que en ese momento estuviera.
     
       Y siempre tuve la dicha de enredarme en su ser, mi ser... la vi abriendo el aire y abriendo el albero con el vuelo de su falda, abriendo tirabuzones de sal en el cielo con sus manos aladas, golpear la tierra con sus firmes tacones, despertando a Gea en una invocación sagrada, envuelta en una música atávica y telúrica, ofreciendo a la vida un sacrificio de calor y color en el ara de la danza de sus gloriosas caderas.
     
       No conozco ritual más religioso en ninguna religión, ni canto más bello a la tierra y al cielo de ningún poeta.
     
       ..................
     
     
       Pero no sé de dioses, ni sé de poetas... Sólo tengo ojos, corazón y vida. Y me bastan, gracias al cielo, para recibir del cielo su canto. Y su gloria.
     
       Y ahora tenéis derecho a preguntarme: ¿Por qué pusiste de título Femineidad?
     
       Y os contestaré que como hombre adoro Lo Femenino. Me enamora, me abre a un mundo nuevo, me muestra lo celeste que no tengo, y ansío fundirme en esa divinidad femenina que no puedo ver en mí, que falta a mi alma incompleta y pequeña.
     
       Y ese misterio me arrastra, me devora, me asusta, pero en el vértigo de su presencia me arrodillo humilde, y ruego a Dios me conceda un día penetrar, aunque solo sea un poco, en su hondo Misterio.
     



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