Todo el mundo sabe hoy día en qué consiste esta sencilla herramienta que usamos continuamente en Internet. Se busca algo en la red, se selecciona lo que a uno le interesa y se copia en el propio ordenador para uso propio. No tiene nada de malo, incluso a veces es muy útil, y se puede recoger así multitud de cosas que otros han creado. Nos sirve para reflexionar con más tranquilidad sobre un texto ajeno, para atesorar una imagen que nos sugiere mucho, para examinar detenidamente una grabación o película que nos impactó. Y, en el tiempo, poder volver sobre ello, extrayendo un poco más que la primera vez que la encontramos. La misma foto que incluyo al principio del texto la he obtenido de internet por este mismo sistema. Espero que las chicas no se ofendan, ya que, al fin y al cabo, si están en la red es que son públicas.
El problema comienza cuando se habitúa uno a esto, dándole un uso de suplantación de la propia creación. Me explico.
¿Para qué hacer algo, si ya está hecho? Se preguntan los copiones. Y seguro que es mejor que lo que yo pueda hacer. Solo basta buscarlo en el buscador de Internet y copiarlo. Y ya está. Me he ahorrado tiempo y esfuerzo, y además será mejor que lo que yo nunca pudiera hacer. Aprendamos de los que lo hacen bien otros –se dicen-
Bueno –pienso yo siempre- esto tiene truco. Y, dándole vueltas al asunto, el truco es muy fácil de descubrir. Es el viejo asunto del plagio, tan extendido hoy, gracias a que las creaciones son siempre públicas mediante la red de redes, lo que facilita la copia.
Estoy de acuerdo en que lo copiado puede ser mejor que lo que el copión logre hacer, en que toma menos esfuerzo y en que ahorra tiempo. Estoy también de acuerdo en que hay que aprender del que sabe hacerlo bien.
Pero… hay muchos peros.
El copión ¿aporta algo a los demás? No, ya estaba aportado.
El copión ¿mejora sus aptitudes? No, no usa sus aptitudes propias ¿cómo habría de mejorarlas?
¿El copión aprende del creador de lo que copia? Es evidente que no. Simplemente le gusta lo que hizo y lo copia. No mejora su creación, ya que su creación está ausente. No pretende usarla para nada. La ignora, no cree en ella, no la pone en marcha.
¿El creador ahorra tiempo? Creo más bien que lo pierde, ya que el tiempo mejor usado es el tiempo de crear, cualidad específica del ser humano, con lo que al copiar está perdiendo el tiempo, utilizándolo en copiar en lugar de crear.
¿Le es más útil? Tampoco. Lo que es útil a un ser humano es emplearse a fondo en crear algo personal. Eso sí es de su propia utilidad, ya que hace crecer sus capacidades como creador, posiblemente lo único en lo que nos asemejamos a los dioses. Hacer eso lo hace más inútil cada vez que lo hace.
Este asunto parece que se agota con lo que he dicho hasta ahora, pero hay más, mucho más y mucho más importante.
¿No habéis visto a menudo a personas repetir como loros, sin la menor convicción (por lo que fácilmente se les descubre) lo que otra personas han dicho? Ocurre mucho en la política, en el arte, o en la filosofía. La moda, o las disciplinas de partido, imponen a sus siervos qué deben decir, qué deben hacer, y, aún más, cómo deben decirlo o hacerlo.
He visto segundones de líderes repitiendo las mismas palabras que su amado jefe, y no solo eso, sino utilizando el mismo acento, los mismos gestos, los mismos movimientos… Si se pusiera una careta de su jefe nos creeríamos que estábamos escuchándole en vez de al que le imita.
Los “escritores” lo tienen más fácil, porque no se les ve. Simplemente, toman un párrafo de aquí, otro de allá y otro de acullá, lo meten en la coctelera y ¡zas! Ya está. Solo falta firmarlo. Esto en los textos. Pero en las ideas se hace exactamente lo mismo. Un plagiador lee a un filósofo, ensayista o pensador y ya está. Ya tiene lo que va a dar al público, con su firma, claro. Supongo que consistirá en lo poco, o poquísimo, que logró entender del autor, con lo que, además, está tergiversando y enrevesando sus ideas. Para comprobarlo es fácil: lean cualquier comentarista de Platón, o de las enseñanzas hindúes de los Vedas, de la Biblia hebrea o de cualquier otra cosa. Pero como cuenta con que el gran público no se atreve con tan altos pensadores, él se lo da mascado. Y totalmente erróneo, añado yo.
Cierta vez escuche una serie de canciones de una famosa cantante española, allá por los años 80. Me gustaron, mucho más por la música que por la letra, a la que nunca suelo atender por ser casi siempre vulgar. Esa música, esa música… me suena… Y por supuesto que me sonaba. Había copiado, nota por nota y compás por compás, íntegro, el pequeño libro de Anna Magdalena Bach, del que algunas de sus piezas estudiamos en los primeros cursos de piano en el conservatorio. Y vendió discos como churros.
Y digo yo:
Si nadie piensa por su cuenta, sino solo copia.
Si nadie escribe con su pluma, sino solo copia.
Si nadie actúa con sus características personales, sino tan solo copia.
Si nadie es él mismo, sino tan solo quiere imitar y copiar a otro.
Si nuestra vida se resume en copiar lo que hacen los pocos creadores que quedan
¿qué ocurrirá cuando todos copiemos y nadie cree?
¿a quién copiaremos entonces?
Nuestra época se conocerá como la de los hombres que copiaban a otros.
Pobre herencia.
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