Esta mañana me desperté porque oí voces en el resto de la casa, voces femeninas. Y pensé:
“debe ser jueves, o quizá lunes”. Miré el reloj de la mesilla de noche y eran las diez y diez. Y
me dije: ha llegado Mari, la chica de la limpieza ¡Horror!, exclamé en voz alta. Pero ahí fuera hay
más de dos mujeres, hay alguna que otra más ¿quién será?
Me puse el batín y salí del dormitorio. En efecto había tres. Mi mujer, Mari, y otra más. De ahí los decibelios que yo recibía desde mi cama. ¿Y que haría esa otra más en mi casa, pasando de una a otra habitación y seguida de mi mujer.
Por su conversación deduje que era una decoradora que iba orientando a mi mujer sobre los cambios que habría que hacer en la casa, y además era la dueña de la tienda donde íbamos a comprar muebles, pintura, papeles pintados, lámparas y demás. Yo me coloqué tras ellas para enterarme de los cambios que iban a realizar en la decoración de la casa. De mi casa, que es mía también. En cuestión de media hora escuché decir la frase “esto ya no se lleva…” muchas veces. Los colores de las paredes de la casa “ya no se llevan” decía -decía la decoradora. Muchos de los muebles ya no se llevan, las lámparas ya no se llevan… Exclamé para mis adentros ¡¡¡coño, ni que mi casa fuera de los picapiedras!!! Me dio por pensar que esa chica, la decoradora, y dueña de la tienda donde vende “las cosas que sí se llevan” se había propuesto pegarle un buen bocado a mi cuenta corriente, y poner mi casa "como se lleva", quitando de ella todo lo que “ya no se lleva”.
Llegó un momento, en el que la decoradora nos decía que en un testero del salón iría muy bien pintarlo de blanco roto. Y en ese momento me empezó a hervir la sangre. Y me dije: para Miguel, que te conozco, contrólate, porque si sueltas tu genio eres capaz de mostrarle a esa chica donde está la puerta. Ya está bien con eso de “ya no se lleva” ¡Y a mí que me importa que no se lleve, qué significa eso de que no se lleva, yo quiero llevar lo que me guste, y no lo que te guste a ti. Tu decora la casa a tu gusto, pero esta no es la tuya, es la mía. O es que vas a jubilar mis muebles, y poner otros a tu gusto, de tu tienda por supuesto, pintar las paredes con los colores “que se llevan”. E igual con todo lo demás. ¡Y a mí que me importa si se llevan o no. ¿O es que de lo que se trata es de decorar un pantalón vaquero, o un traje “muy ponible” como dicen los cursis.
La chica de la limpieza entró en la
conversación, en defensa de la decoradora, claro, diciendo que había siempre que cambiar cosas
y renovarse. Ya me cabreé de manera total, y me saltó la vena del, para ellas, machista, aunque
no me considero machista. En mí comenzó a hablar el conservador y clásico.
¡A ver, que alguien me lo explique, porqué hay que cambiar todas las cosas, o quitar cosas que
“ya no se llevan”. Y dale con el soniquete…A mí me gusta mi casa, como está, casi toda ella y
su decoración también.
Si las dejo con el “ya no….” se dispondrían a quitarme mis cuadros de las paredes, con el ya tan
repetido achaque, y encargarle a alguien de Madrid que se pasara por ARCO y me comprara
tres o cuatro cuadros de última generación, de esos que hay ahora, virtuales,
donde ni siguiera hay cuadro, ni en tela ni en ná, que hay que verlo desde un
cañón proyector para el ordenador.
Como a
mi mujer la convence cualquiera, y la decoradora para ella es de total confianza
y además es buena persona y simpática, pues lo tiene todo ganado.
Se llevará la pasta y además se felicitará que haya sido tan fácil el dejarle
hacer que compremos todo lo que a ella se le haya antojado. Y al precio que
ella le haya puesto.
Es como
si vas a un concesionario a comprar un coche y el vendedor no solo nos vende la
marca del coche, el modelo y el color. Evidentemente, el coche que a él le
gusta, el más caro y el que más comisión le deja.
Y colorín colorado, esta tonta historia se ha acabado. Y es que el coche que tu tienes “ya no se lleva”.
Es a mí a quien ellas van a llevar... al manicomio, pero no, porque ya no se lleva.